21 de noviembre de 2011

Todo en vos es bello

Empezó el domingo a la tarde. Lo vio sentado esperando algo. Miraba el reloj con la misma ansiedad disimulada con la que lo miraba al él sin que él lo notara. Estaba siendo completamente observado.
Hacía calor y el sol le daba de lleno en la cara. Le volvía los ojos más claros y el pelo más claro y la tez más castaña. Cada tanto subía la mirada al cielo, hacia alguna nube, hacia un árbol, hacia el piso o hacia su reloj. Jamás miraba a la gente alrededor. Como si tuviera miedo de mirar por saber que no vería aquello que esperaba. A quién esperaba. Qué sería. Probablemente, los ojos que se clavaban en él le hicieran algún tipo de compañía de la que no se percataba pero que en algún sentido llenaban su espera de consuelo. Ojalá así fuera.
No se sabe bien en qué momento terminó esta escena ni de qué manera cambiaron tanto las cosas, pero de repente todo era distinto y ese domingo a la tarde terminó con una sola persona sentada mirando hacia donde no había nadie.

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