Así empezó mi tarde: llena de principios.
Todos esos espacios en blanco tan vacíos de mí. Debía llenar esos espacios, hacerlos que suenen. Que suenen sin la vergüenza de mi voz ausente. Tímida.
Me lavé la cara y empecé de nuevo, con intenciones renovadas, con ingenuidad. Hice un esfuerzo por volver útiles algunas cosas que me dijeron sobre la inmadurez (la mia).
...me pregunté por qué dos sonidos son iguales. por qué son distintos. por qué cada uno de ellos es cada uno de ellos. por qué yo soy yo y no soy el reflejo. Tan iguales que no me servían, como no me sirve mi reflejo.
Empecé de nuevo. Me zumbaban los oidos, pero de verdad, a veces me pasa. Si suena adentro mio, que suene no más, lo voy a escribir, para eso estoy, para escribir lo que escucho, lo que quiero escuchar, lo que quiero que sea escuchado. Ése es mi trabajo. Le di horas a un zumbido. Horas que pasé frente al espejo pensando en todas esas formas que yo no tengo. Quería que lata, pero no latía. Quería que suene, pero no sonaba. Y perdió el pulso. El zumbido fuera de control, ahora fuerte y resonante, sólo podía continuar en su consistencia inclaudicable, cambiando el color de lo continuo. A esta hora, para mí los matices no significan nada.
El lápiz tiene esa gentileza de que puede borrarse. Así que borré en ese mismo momento que le daba fin a muchas horas de mi vida.
Voy a cuestionar la tarea, hay algo en mí que no está funcionando, claramente. Pienso en otros como yo. Y pensé seriamente en robarles, pero me di cuenta: los otros no son como yo, los otros sí escriben. Robarle a alguien como yo es no robar nada.
Recordé a todos los que admiré sin amor y empecé de nuevo. Los finales se aproximan, y vienen detrás de un montón de nada a preguntarme si alguna vez me atreveré a tomar el lápiz. No le dije a nadie.
Empezar sin terminar es lo que más me pasa, estando acá sin saber cuánto tiempo ha pasado. En el principio voy a aventurarme a descubrir un final en esta hoja en blanco con la punta de mi lápiz que ya no escribe lo que no escribió.
Todos esos espacios en blanco tan vacíos de mí. Debía llenar esos espacios, hacerlos que suenen. Que suenen sin la vergüenza de mi voz ausente. Tímida.
Me lavé la cara y empecé de nuevo, con intenciones renovadas, con ingenuidad. Hice un esfuerzo por volver útiles algunas cosas que me dijeron sobre la inmadurez (la mia).
...me pregunté por qué dos sonidos son iguales. por qué son distintos. por qué cada uno de ellos es cada uno de ellos. por qué yo soy yo y no soy el reflejo. Tan iguales que no me servían, como no me sirve mi reflejo.
Empecé de nuevo. Me zumbaban los oidos, pero de verdad, a veces me pasa. Si suena adentro mio, que suene no más, lo voy a escribir, para eso estoy, para escribir lo que escucho, lo que quiero escuchar, lo que quiero que sea escuchado. Ése es mi trabajo. Le di horas a un zumbido. Horas que pasé frente al espejo pensando en todas esas formas que yo no tengo. Quería que lata, pero no latía. Quería que suene, pero no sonaba. Y perdió el pulso. El zumbido fuera de control, ahora fuerte y resonante, sólo podía continuar en su consistencia inclaudicable, cambiando el color de lo continuo. A esta hora, para mí los matices no significan nada.
El lápiz tiene esa gentileza de que puede borrarse. Así que borré en ese mismo momento que le daba fin a muchas horas de mi vida.
Voy a cuestionar la tarea, hay algo en mí que no está funcionando, claramente. Pienso en otros como yo. Y pensé seriamente en robarles, pero me di cuenta: los otros no son como yo, los otros sí escriben. Robarle a alguien como yo es no robar nada.
Recordé a todos los que admiré sin amor y empecé de nuevo. Los finales se aproximan, y vienen detrás de un montón de nada a preguntarme si alguna vez me atreveré a tomar el lápiz. No le dije a nadie.
Empezar sin terminar es lo que más me pasa, estando acá sin saber cuánto tiempo ha pasado. En el principio voy a aventurarme a descubrir un final en esta hoja en blanco con la punta de mi lápiz que ya no escribe lo que no escribió.
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