19 de agosto de 2005

El Director.

Había una vez un hombre que no tenía orejas. Este señor aprendió a comunicarse de manera tan inteligente que nadie notaba que en realidad no podía escuchar lo que los otros decían. Así el hombre creció y desempeñó una vida como la de cualquier otro hombre (que nace en la Argentina, claro).
Un día, este señor llegó a ser director. Los alumnos vivían bajo el mando de manos de hombre sordo. Por esta razón sufrían de castigos insólitos y absurdos, ellos en vano le discutían, argumentaban rebuscada y toscamente pero en ocaciones los alumnos tenían razón. De nada servía, porque este hombre que era el director estaba sordo.
El vivió una vida plena, se hizo radical, se casó, tuvo hijos, se jubiló y se murió. Nadie se cuestionó jamás sus absurdos accionares consecuencia de su secreta sordera porque eso era común --común que el accionar fuese absurdo. Al fin y al cabo, todos los directores eran así, y él no era tan exagerado como otros. Al final, de alguna manera todos los directores son sordos. La última palabra. Poder luego sordera.
hoy en la escuela, me castigaron por tomar té en el curso. no hay cosa más arrebatadoramente absurda que esa.

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